lunes, 25 de abril de 2011
Mi taxista
Cada vez que le leo me pierdo un poco más.
Es arrogante con sus palabras, ácidas o dulces se meten directamente al hipotálamo y recrean el movimiento de la vida de una forma casi inhumana.
Me enamora.
No de él, me enamora a la vida...
Que la vida es mucho más que el nosotros mismos, que hay camas y sábanas esperando calentarnos los pies en las noches de invierno.
Adoro sus insinuaciones, su intriga de hacia donde enfocar lo que él ve por su espejo retrovisor.
Descubrí (gracias a tí, no el taxista, sino tú...) que mi espejo retrovisor tambien tenía vida, que era amplia, plena y eficaz. Y me deshice en alagos hacia mi cara y la tuya mezclandose en el universo paralelo de mi espejo. Que tus labios incluso me resultan más carnosos, que tus ojos se volatilizan para mezclar nuestras miradas sin mirarnos. Que me buscas a oscuras porque sabes que estoy ahí, esperandote a tí.
Te miro sin mirarte y me derrito sin sentirte.
Que más puedo pedir a la vida si tengo 80 sentidos puestos en todo y tú me los exprimes con tu compañía.
Uno de los últimos "post" de mi taxista...
Lenguas
En estos momentos una pareja se está besando en el asiento trasero de mi taxi. Tengo sus rostros perfectamente encuandrados en mi espejo retrovisor: él besa con la mirada caída hacia los labios de ella y ella, por su parte, mantiene sus ojos clavados en los ojos de él. Ella mira que él mira los labios de ella. Delicioso bucle aquel que se retroalimenta.
Ahora ambos abren más las bocas y cierran los ojos. Se abandonan. Resulta curioso el poder de coordinación de los besantes; que ambos sepan cuándo abrir y cerrar la boca, o en qué momento deciden traspasar la frontera del otro con la punta de la lengua, o cuál será el instante preciso para volver a abrir los ojos y regresar al mundo real. Resulta curioso el beso en sí, el porqué nos atraen tanto las bocas ajenas, por qué tendemos a juntar nuestros dos pares de labios y no las nucas, por ejemplo, o las plantas de los pies, o las corvas. Será tal vez la necesidad de unir dos lenguajes en uno: callarse la boca mutuamente para no decir nada y decirlo todo al mismo tiempo. Probar las palabras del otro auscultando su lengua o analizando el sabor de su saliva. Leer entre labios
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